En España ya son cerca de 1900 las entidades religiosas islámicas registradas. El número de las no registradas y que actúan como si lo fueran es desconocido.
La disgregación es de tal magnitud que ni la propia Comisión Islámica de España, CIE, puede ofrecer datos y secuencias sobre los motivos que han llevado a tan elevado e incongruente cantidad de organizaciones, cientos de ellas sin actividad y sin constancia de vida.
El último registro es de la Comunidad Islámica de Conversos de Aragón, CICA, según sus siglas. Los promotores de esta idea hacen caso omiso a que en el Islam no hay conversos ni nada que se le parezca. Si una persona se hace musulmán, es musulmán, no necesita más etiqueta ni nada que tenga que ver con ninguna condición de su pasado. Al hacerse musulmán adquiere los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro miembro de la Umma (Nación). Insistir en esos entuertos solo conduce a una mayor indefinición entre la sociedad en general, siendo la consecuencia a nivel de calle que “ni entre ellos se entienden”. Lo que a su vez aumenta la división y la confrontación, en la mayoría de las veces pasiva, pero si pasa a convertirse en larvada las consecuencias últimas pueden ser otras.
¿Dónde están y qué hacen? Es la pregunta del millón. Por otro lado, la moda del Sheij (Mentor) y del Imam autoproclamados adquiere últimamente matices que dan que pensar. Son cientos y se autodefinen como maestros de fe, autonombrándose y sin contar siquiera con un mísero currículo que avale sus aspiraciones y sueños mesiánicos.
En el Islam el mérito y la capacidad son virtudes que se tienen muy en cuenta. Sin embargo, no existe –al menos en España- comisión o grupo de sabios que se encargue de verificar las capacidades de quienes aspiran a ser maestros de ceremonias y obispos de fe.
En España cualquiera puede organizar una conferencia, publicitarla y llenar aforo. Todo ello sin que nadie pregunte por qué y para qué. España es una excelente tierra de cultivo para mentes ansiosas y “maestros” especializados en geolocalización de fervorosos seguidores.
Una muestra de esta desenfrenada actividad es el Congreso Islámico de Tarragona, organizado por la Comunidad Islámica Pastori, el cual ya publicita aforo completo y más de 600 inscripciones, según publica la organización en redes sociales.
Bajo el título: “Creencia, modales y familia. Perspectiva islámica” el encuentro contará con ponentes siempre vinculados a la polémica, cuando debería ser al contrario. El relato que han ido cultivando con sus acciones resulta antagónico a ese otro que habría sido el ideal, es decir, al misticismo, espiritualidad, humildad, entre otros aspectos virtuosos. La religión enseñada con acciones es mucho más cierta que aquella en la que priman las palabras y poses arrogantes.
En una reunión como la de Tarragona tanta responsabilidad tienen los asistentes como los conferenciantes. Los primeros porque tienen la obligación de cerciorarse de la calidad de los ponentes y del contenido de sus discursos. Los segundos tienen aún mayor obligación, pues tienen que ofrecer información sobre su calidad académica, así como que dar fe de que la misma ha sido testada por organismos solventes. Sin esos aderezos asistir y platicar se convierte en un acto intrascendente pero no menos pernicioso. La trashumancia predicativa y la obsesión con todo lo que rodea a la mujer señalan una falta de comedimiento a la hora de prejuzgar a quienes viven su fe con humildad. Hablar con atrevimiento y sin respeto hacia un determinado género es propio de mercenarios sociales.
Muchas conferencias guardan parecido a los tribunales de excepción, ya sea por su atrezo y otros enfoques de representación escénica. La búsqueda de “incumplimientos”, así como la identificación de “culpables”, para hacerlos reos de condena mediante argumentos de reproche, choca frontalmente con la capacidad de perdón del Islam, así como con la máxima de que “es mejor buscar soluciones”, así alentando la convivencia y la no diferenciación entre seres humanos.