
La decisión de ambas formaciones no es resultado de una ingesta desmesurada de esos vinos tan exuberantes y tan afamados de la comarca murciana; antes bien, son producto de un sentimiento plenamente consciente de rechazo a la diversidad y de todo cuanto les es diferente.
Lo de Jumilla no hay que circunscribirlo a una determinada población. La acción va más allá de una simple connotación geográfica. Los dos partidos están decididos a copiar lo hecho en los dominios murcianos para aplicarlo en el resto de los territorios donde puedan ejercer su mayoría parlamentaria.
Con lo aprobado en ese Pleno se ha conseguido quitarle la careta a un partido que desde siempre se ha mostrado contrario al avance social con la diversidad como telón de fondo. Lo hemos visto con lo de Gaza y aun así duermen como lirones. Su única consciencia consiste en distraerse en su “pureza de ideas” como si fueran un movimiento elegido para conducir al resto de los mortales.
La comunidad musulmana de España no debe olvidar el dardo de Jumilla, no solo los musulmanes de a pie, aquellos que trabajan y se esfuerzan en que este país salga hacia adelante, sino también aquellos otros que ostentan responsabilidades y a los que no se les ve sino es para recoger suculentas subvenciones.
La Comisión Islámica, que no lo es ni por asomo, es también parte del problema suscitado en Jumilla. Esta formación, en todos estos años -ha tenido una vida para ello,- no ha sabido configurar una comunidad suficientemente sólida en términos sociales, culturales y religiosos conforme a los estándares de una sociedad democrática avanzada.
Los musulmanes son lo suficientemente fuertes como para disponer de espacios físicos propios en los que practicar sus manifestaciones religiosas en libertad. No hay necesidad de pedir nada a nadie. Habría sido suficiente una simple colecta para adquirir suelo en propiedad y destinarlo a la celebración de esas festividades y sin que ninguna formación política tenga en sus manos la decisión de conceder o denegar solicitudes, muchas veces extravagantes y faltas de coherencia social, como es el caso de solicitar un coso taurino para la festividad del sacrificio, por no citar otros.
No existe en la comunidad musulmana el suficiente empoderamiento como para emprender acciones que tengan como objetivo abandonar la crónica dependencia de lo público. Y en esto tiene mucho que ver esa membresía llamada Comisión Islámica, cuyo núcleo no alcanza ni el graduado escolar.
Todos estos años, más de 32, no han sido suficientes para Adlbi y sus predecesores, para ordenar y establecer unas pautas de funcionamiento que rijan el destino de una organización que nació para hacer la vida más fácil a los ciudadanos musulmanes y que, sin embargo, solo ha servido para que unos cuantos refuercen sus finanzas y vínculos con el espectro de la influencia social.
Todos estos años no han hecho sino sembrar y cultivar la semilla de la dependencia de lo público. La idea está tan arraigada en el conjunto de las entidades que resulta muy difícil erradicarla y enfocarla hacia horizontes de independencia. Para muestras, muchas. La mendicidad puede llegar a ser una gran virtud ante Dios, pero hay otras que son inaceptables, y en esa charca andan muchas entidades musulmanas, tantas como quiera la razón.
Jumilla no es nada y es todo. Es nada porque la aparente debilidad de los musulmanes no es tan cierta como piensan. Y es todo porque el Islam es demasiado fuerte como para que se sienta amedrentado por dos formaciones políticas que luchan contra corriente y contra la propia razón de las cosas.