
La crónica de Cembrero en El Confidencial sobre la situación de los musulmanes en España y sobre las influencias de Marruecos en la misma, en especial en lo que él llama “órgano de representación” , y que no es más que un grupo de camorristas arrogantes, adolece de esencia veraz, lo que mutila cualquier principio de acción periodística.
Cargar contra la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, FEERI, presentándola como un manojo inerte en manos de Marruecos resulta inaceptable porque no es cierto, tanto como que la única prueba que recoge es que tiene un delegado en Ceuta que, según él, es un representante oficioso de Marruecos, todo ello sin presentar ninguna prueba al respecto, solo especulaciones propias que deslizan un fuerte resentimiento incontrolado. La FEERI se ha hecho eco de la crónica de Cembrero y ha emitido un contundente comunicado en el que deja clara su postura al respecto. Sin ser ese el ánimo, ¿cómo es posible interferir en una entidad sin haber asistido nunca a ninguna de sus reuniones ni a sus congresos, acción que queda registrada en sus actas?
El código penal de Cembrero hace reos no solo a quienes muestren un mínimo de simpatía hacia Marruecos, también hacia aquellos que manifiesten hechos objetivos y contrastables por parte del país vecino.
Las acusaciones que vierte sobre mi persona como exdelegado de FEERI en Ceuta asignándome un rol de control y de representación en la FEERI son totalmente infundados. Cembrero se remite a una entrevista publicada en el diario El Mundo en el que afirmaba la necesidad de que Marruecos siga administrando los lugares de culto musulmanes en Ceuta, una declaración en la que me reafirmo, y que el tiempo y el razonamiento objetivo vienen demostrando que son tan ciertas como el día y la noche. Dejar las mezquitas de Ceuta al pairo de tanto mesías suelto sería un gravísimo error.
Esto molesta y desagrada a quienes quieren alterar el equilibrio emocional de una ciudad que necesita de la máxima estabilidad, sin importarles el daño que puedan producir. Hablar así implica demonización, implica exponerse al veneno de tantos. Pero el antídoto es la propia realidad.
Esas palabras en El Mundo han trascendido cualquier lectura sosegada, alcanzando incluso a quienes se reafirman en sus postulados de lo que llaman un “Islam español”, como si el que hay no lo fuera, aunque en realidad lo que se oculta detrás de esa defensa no es más que una postura que busca proteger intereses comerciales y de influencia social.
Si por parte de Marruecos existieran estrategias de tensión para alterar el equilibrio existente ya se habría sabido y documentado por quienes se pasan el día descifrando textos y titulares con lentillas de censores irreductibles.
Los 32 años del Acuerdo del 92 y de la CIE no ofrecen datos como para saltar de alegría. En su crónica, Cembrero, adelanta la situación judicial del presidente de la CIE y de algunos de sus colaboradores. Le faltó pedir a Adlbi que hiciera públicos el histórico de antecedentes penales de algunos de sus ayudantes.
Hay quien pretende que los musulmanes de España seamos ratoncillos de laboratorio hasta el fin de los días, y cuando no sea eso, material de lectura para enfajar libros y crónicas que nos son ajenas porque nuestro único interés es vivir en paz en una España libre, diversa y tolerante, contribuyendo con todo nuestro esfuerzo a su paz y mejor desarrollo, y siempre rechazando cualquier posicionamiento de intransigencia.
Los últimos 4 años de Aldbi son motivo más que suficiente para realizar un análisis objetivo y libre de cualquier connotación racial o de clase sobre la estigmatización que sufre la población musulmana en España. La criminalización y la extranjerización, así como la ostracización social a las que están sometidos los musulmanes son material altamente llamativo para construir estudios que permitan valorar sus aptitudes para construir posibles espacios de subjetividad política, hasta ahora inexistentes por la incapacidad de quienes gestionan –que es mucho decir- los designios de la CIE.
Las crónicas con sangre no pueden sustituir a la razón, como tampoco pueden vestirse de verdad infalible para prejuzgar la dignidad de quienes piensan diferente.