Cataluña, polémica por el IV Congreso de Jóvenes Musulmanes
/ Sacralizar la vida de las gentes mediante discursos y el impulso de eventos vacíos y sin utilidad cierta, es un error manifiesto al que se debería poner coto y proceder a su cierre para siempre
El IV Congreso de Jóvenes Musulmanes de Cataluña, previsto para el 19-21 de diciembre en el Prat de Llobregat, viene generando polémica desde su anuncio.
El año pasado, en el mes de septiembre, congreso cancelado Tarragona sucedió algo parecido en Tarragona, teniendo que ser suspendido por la crispación que el evento produjo en la sociedad catalana. Ahora, un año después, se vuelve a anunciar algo parecido con nuevos ponentes salvo la presencia de Yusuf Soldado, que repite.
El anuncio del Congreso vuelve a incitar a quienes son contrarios a su celebración. Un evento de escasa utilidad social y con unos ponentes que viven en constante polémica, así como que carecen del suficiente bagaje académico y espiritual como para ofrecer ventanas de fe y prosperidad a la juventud a la que pretenden guiar.
En todo este disparate de los congresos, en especial referencia a éste, destaca la intervención de Ghaidouni, presidente de UCIDCAT, una presencia que invita a cuestionar su perfil de hombre racional y prudente. Una etiqueta que debería servir para insuflar nuevos aires a ese Islam cultural rebosante de ideas primigenias que no aclara nada y que confunde sin un mínimo de tacto hacia quienes va dirigido y hacia quienes observan expectantes, cansados estos últimos de tanta liturgia en los modos y en la forma de dirimir los asuntos religiosos que tienen el Islam como marco de exposición.
La ausencia de autocrítica impide a todos estos promotores de estos decepcionantes espectáculos que, todo hay decirlo, causan un gran daño a la imagen del Islam, pues en el otro lado cualquier acción se asigna a la religión como cooperador necesario. El lodazal en el que han metido al Islam es de unas proporciones gigantescas. Y esto no sucede solo en España. El rechazo que se percibe en la sociedad no debe medirse únicamente con útiles remozados en el racismo y en la islamofobia, habría que pesar también los muchos quilates que al amargo aderezo se añaden: la actitud, el talante, la indumentaria, los rasgos físicos incontrolados, así como otras secuencias étnicas y culturales de los que hacen gala muchos de estos guías de la fe y de la moral, salvadores de nada y que ofuscan incluso a las estrellas más rutilantes. Estos congresos no sirven para nada; menos aún, hay que entenderlos como buenos para la juventud, todo lo contrario.
La juventud musulmana sí que necesita de guías espirituales, pero de aquellos que puedan ayudarles a descubrir un horizonte libre de premisas condenatorias, liberándoles de cualquier tendencia a opinar sobre los demás, inclinación que puede conducir a participar en la promoción de tribunales mentales. No es eso lo que necesita la juventud musulmana. Lo que realmente necesitan los jóvenes musulmanes es libertad para pensar y decidir en un marco democrático y sin injerencias de predicadores contaminados por los brebajes de la demagogia y de la inconsistencia personal de sus propios personajes, abducidos muchas veces por la sinrazón de que unos son mejores que otros, a la vez que derogan el principio fundamental de respetar a quien es diferente.
Y no solo eso, lo que menos precisa la juventud musulmana es de predicadores low cost y sí de científicos y académicos que puedan marcarles el camino de la ciencia y del conocimiento. Sacralizar la vida de las gentes mediante discursos y el impulso de eventos vacíos y sin utilidad cierta, es un error manifiesto al que se debería poner coto y proceder a su cierre para siempre.